(plátanos rajados) Oleo del pintor local, Reinaldo Mahecha Guerrero
EL DIABLO EN EL PLATANAL
(por Julieta Espinosa)
Al atardecer caminaba por el platanal un poco asustada y cansada de deambular de platanera en platanera porque no existían límites o linderos. Donde termina la platanera de mi papá, comienza la del vecino, sin cercas, sin mojones. Cada dueño sabía hasta dónde avanzaba en la corta de racimos, en las deshojas y en las destroncas… y nunca sucedía que algún vecino se excediera en ninguna de estas labores y menos que cortara racimos ajenos.
Creo que eran como las cinco o cinco y media de la tarde. Estaba entre oscuro y claro, más oscuro que claro, en esa platanera tupida de hojas grandes y verdes porque en esta época –corría el año de 1965- no había sigatoka y no existía la menor sospecha de que alguna clase de hongo pudiera atacar esas hermosas hojas. También era costumbre, intercalar árboles frutales y algunas matas de café y de cacao entre las matas de plátano.
El temor a la oscuridad hacía que caminara con el “rabo entre las piernas”; aunque creo que no me encontraba tan lejos de la casa, pues hacía un momento había alcanzado a escuchar que comenzaba la radionovela de Arandú porque pude oír los gritos: “Aaaaaaranduuuuuú, El Príncipe de la Selva…” invitando a los campesinos a tomar asiento cerca del radio y me imaginaba a mi papá, mi mamá, los trabajadores y mis hermanos, -seis en total, con edades entre los dos meses y los ocho años. (Yo tenía seis años)- alertando el oído y conteniendo la respiración para saber si los monstruos del pantano aplastarían a su compañero Taolamba. ¡Cómo deseaba estar en casa! Pero el miedo a la fuetera que me iba a dar mi mamá, me detenía. Debía esperar, por lo menos, hasta que oscureciera totalmente para intentar pasar inadvertida por el lado de mi mamá quien estaría a esa hora cosiendo en la máquina de pedal a la luz de una vela.
Seguía caminando, teniendo cuidado de no alejarme demasiado y correr el riesgo de perderme porque, déjeme decirles que aunque se conozca o se viva en zona de plataneras estables, puede uno llegar a envolatarse de día o de noche y durar horas y horas tratando de encontrar el camino de nuevo y como todo es igual, -una mata se parece a la otra como dos gotas de agua- de pronto se da uno cuenta de que está caminando en círculos. En ese momento empezamos a escuchar La gallina Ciega, El Tres Pies, El silbón o simplemente percibimos a las brujas que parece que se con fabularan para hacerlo perder a uno. Pero como buenos campesinos, siempre tenemos la “Contra” para todo esto. Yo le he oído decir a mi papá que sólo basta coger ‘guascas’ de plátano y colocarlas en cruz sobre el pecho para alejar los malos espíritus y encontrar el camino como por encanto. Si uno está perdido por la noche, mejor sería tomar unas cuantas hojas secas de plátano y hacer un tendido el cual queda tan mullido como el más suave colchón de espuma. Y si por desgracia, la noche es lluviosa, tampoco hay de qué preocuparse, se corta, así sea con los dientes, unas cuantas hojas verdes de plátano, se colocan como techo o simplemente se las echa uno por encima; lo cubren a uno muy bien, sin mojarse ni siquiera un pelo y además sirven como cobija para que uno quede listo para tener un dulce y reparador sueño. Mi papá cuenta de un vecino que por estar tomando, le cogió la tarde para llegar a la casa. Al verse perdido en medio de la oscuridad armó su ‘cama’ con hojas secas y se acostó a dormir. Al otro día se dio cuenta de que había dormido a unos cuantos pasos del patio de la casa. Esto les sucede con mucha frecuencia a los que viven en medio de inmensas plataneras.
Mientras caminaba pensaba: “Maldito vicio este de volarme, de correrle a mi mamá cuando me iba a pegar. Seguramente la fuetera será más dura porque mi mamá detesta que uno le corra” ese día por la mañana mi mamá me encontró comiendo carbón de leña de un fogón que estaba en la parte de atrás de la casa. Ella me gritó enojada: -¡Usted está comiendo carbón! Y yo le dije tartajeando del susto: -¡Co, co, yo no estaba comiendo! Ella me imitó: -Co, co yo no estaba comiendo, ¡Mentirosa! ¡Mire cómo tiene la boca de negra! Y levantó una correa para pegarme. Cuando vi la correa por el aire, arranqué a correr como alma que lleva el diablo. Atravesé el pequeño patio, me tiré rodando por debajo de la cerca de un pequeño potrero que albergaba las bestias de ‘plataniar’; pero esa noche había entrado una vaca muy brava que se había escapado de un potrero vecino. Sin pensar en consecuencias pasé por el frente del feroz animal, que apenas sí atinó a mirarme más bien asombrado. Alcancé la otra orilla del potrero y de la misma manera rodé por debajo de la cerca y estuve a salvo del animal, y de mi mamá… por el momento. Desde allí vi a mi mamá hacer el intento de alcanzarme; pero ella no contó con igual suerte y la vaca se fue a embestirla. Retrocedió espantada y apenas sí alcanzó a regresarse por donde mismo había entrado y con su dedo índice, con su mirada y con quién sabe qué palabras me amenazaba y yo pude tener una imagen real de cómo sería la paliza pendiente.
Ensimismada en mis pensamientos y a esta hora de la tarde, ya arrepentida de haberle corrido a mi mamá, empecé a escuchar algo parecido al maullido de un gato que tal vez estaría a cien metros de distancia. Puse cuidado y ahora lo escuché realmente; maullaba muy suave y con el fin de llamar su atención y sentirme acompañada, empecé a imitarlo: así que el gatito, miau y yo, miau y de nuevo: Miau, el gatito y yo, miau, hasta que se fue acercando y acercando y cuando al fin lo alcancé con la vista, noté que era completamente negro. Sentí miedo, aunque seguí imitándolo y el gato seguía maullando; pero mis cabellos se empezaron a poner de punta. Cuando percibí que su tamaño no era el mismo del que vi unos segundos antes, pues ahora se veía algo más grande; sin embargo no paraba de imitarlo mientras el grato se iba acercando muy lentamente sin dejar de maullar y yo de imitarlo. A medida que pasaba el tiempo se volvía cada vez más y más grande y ahora lo imitaba compelida por el espanto que invadía todo mi ser y me obligaba a hacer cualquier cosa. Cuando al fin estuvo lo suficientemente cerca, lo veía tan grande como un ternero y sus uñas aparecieron como garras amenazantes y sus ojos, que antes ni siquiera pensé que los tuviera, ahora parecían saltones, desorbitados, como si tuviera la intención de saltar sobre mí. De repente me encontré dando ‘botes’ por el piso, el gato sobre mí y yo sacaba fuerzas de donde no tenía para agarrarle las manos y tratar de evitar que me arañara la cara o me sacara los ojos, no sé, me vi rodando como si fuera por una loma abajo, aunque el terreno donde nos encontrábamos era totalmente plano. Perdí el conocimiento y cuando al fin volví el mí, recordé con horror lo que había sucedido. Examiné mis brazos, me toqué la cara y efectivamente tenía algunos rasguños, aunque para lo que recuerdo haber vivido, no eran muchas las heridas. Con decisión me paré y arranqué a correr ahora sí para mi casa, sin importarme el castigo que me esperaba y haciéndome las mil promesas de no portarme mal, no volver a comer carbón, hacerles caso a mis papás y no correr cuando apenas me estaban regañando.
Julieta Espinosa Londoño
C.C. 40.240.017 de Fuentedeoro
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