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PLATANIADA EN LA ISLA
Escuché prender
el fogón. y aún como siempre, me quedé de gurre, en la cama esperando el grito
de papá, Siempre lo prendía, aunque había estufa de gas, para hacerse el tinto,
un tinto de verdad, no un guayoyo o juagadura de escopeta. Cuando eso, todos estábamos
pelaos. Mi hermano mayor estudiaba en el pueblo con las monjas, estaba como en
noveno. La Nana y yo íbamos al mismo colegio.
Ahí estaba
mamá, golpeando la puerta pasito pa´ que nos paráramos, teníamos que ir con la
Nana por la carne de la contrata pa´ la semana, y rápido porque el desayuno
tenía que estar temprano, pues ese día había plataniada en la Isla. La Isla era
un pedazo de tierra, la primerita que mis papás le compraron al abuelo Marcos,
después de casaos. Eran como ocho hectáreas de platanal. Papá tubo que rozarlo
pa´ echar la primera corta. Allí hicieron el primer rancho. De ese rancho ya no
había nada, y del platanal… muy poco; pues el río, el mismo Ariari que todos
conocemos, se lo había llevado ya varias veces.
Plataniar en la
Isla era pesao. Se desayunaban temprano los trabajadores, mi hermano y mi papá
para tratar de terminar por lo menos a medio día. Tocaba cruzar el rio, uno en
la bestia y otros en la canoa, cortar el plátano, recogerlo, llevarlo en bestia
hasta la orilla del río, pasarlo en la canoa, subir el barranco con los racimos
al hombro y amontonarlo en la sombra a donde llegaban los enguacaladores a
empacarlo… en ese entonces en guacal, pa´ que´l camión se lo llevara. Tocaba
estar pendiente de la enguacalada, no fuera que el plátano de primera se fuera
a la batea de la segunda o de la pica. De eso se encargaba papá o mamá.
A la hora del
desayuno, todos en la mesa le pedimos a papá que nos llevara a la Nana y a mí a
la Isla, con eso podríamos ver que tanto se había llevado la ultima creciente.
Él pa´ darnos gusto, asintió. Ese día tuvimos que sacar brío pa´ dar rinde.
Primero, nos mandó a ponernos la “pinta de combate”, es decir el traje de gala
pa´ plataniar: buso, camisa manga larga, sudadera y botas… ah… y la cachucha
pa´ que´l pelo no se manche cuando uno se echa el racimo al hombro. Entre unas
y otras, salimos temprano. Al equipo no le podía faltar el guarapo, recién
batido porque pa´l medio día iba a ser “bebida de campeones”.
Más que
cualquier otra cosa, esa…esa hazaña.
Al llegar al
río, que ese día estaba crecido, mi hermano se mandó de una al agua, dirigiendo
la bestia. De verdad, parecía un centauro… un moreno bien formao, sobre un buen
caballo cruzando aguas corrientosas y ondas de ese brazo del río. Mientras… en
esas, papá remontaba la canoa, con nosotras a bordo. La subió harto orilla
arriba, con eso la corriente no le ganaba a echar vara. El cruce en canoa es
siempre algo especial, no nos daba miedo. Papá era pescador de “pata
cuartiada”. Ya en la Isla, papá molaba la peinilla en la piedra que estaba al
pie del comedor de tabla que había en el rancho. El rancho entonces parecía más
una choza, era de tabla y caucho; allí vivía “El Pulpo”, el
trabajador de papá; su nombre de verdad… ni me lo sé, pero si recuerdo que
tenía muchas gallinas, las criaba a punta de maduro y ají. Las tenía pa´ la
venta.
Papá empezó la
corta. Escogió
una mata con un racimo bien jecho, se prendió de una hoja seca que colgaba de
la mata, jalándola despasito pa´ encima de él y con la otra da el machetazo
alto al vástago, el racimo descolgó sin aporriarse, lo desprendió de la mata
con otro machetazo en el virote, lo apartó con fuerza y volteó de una, pa´
cortar el vástago en pedacitos y así sirva de abono. El, con práctica y afanao,
repite la operación, mientras en esas…la Nana y yo amontonábamos los racimos
pa´ que mi hermano los lleve a la orilla del río, a la sombra. Cuando está el
montón, el Pulpo los sube a la canoa, cruza el río y los desembarca subiendo el
barranco con los racimos al hombro. En esas nos la pasamos esa mañana.
El desayuno,
como a eso de las once ya se nos había acabado…como si fuera el genio de
Aladin, aparece entre los surcos, mi hermano con cuatro papayas rojitas, el
manjar… dulce, redondita, sin mancha , blandita, mejor dicho apenas
pa´l filo. Al cruzar toda la platanera, las vio colgaditas, a punto de caer y
nos las trajo, se imaginó que ya estaríamos comiendo plátano maduro, mientras
amontonábamos. Y… como mentira no era… esas papayas cayeron apenas. Nos tiramos todos al suelo.
De las hojas secas hicimos colchón y del vástago recostadero. Le metimos muela
a las papayas hasta saciarnos . Recuerdo que allí recostada
vi el cielo entre las hojas; se veía azul…azul, las nubes blancas pasaban
despacito…despacito; la brisa fresca me refrescaba y se tatuaba en mi alma.
Recuerdo ese éxtasis de cansancio y productividad. Estar entre lo de uno y en
la naturaleza… en esas, viendo pasar las nubes sobre la platanera y deseando
meterme al agua pa´ juagar el sudor. De pronto, una lluvia de papaya… la guerra
de papaya sobre nosotros. Sí, la abundancia. Nos tirábamos montones de papaya y
plátano maduro. Nos escondíamos entre los vástagos y solo salíamos para buscar
un pedazo de maduro para lanzar, nos lanzábamos lo que encontrábamos, estábamos
todos untados… hasta que, como siempre, no falta el rabón que da quejas de
tramposo papá, que entonces detiene la recochita y nos hace volver a la tarea.
Ya casi acabamos y todos solo queremos irnos a descansar. Mi hermano carga de
nuevo la bestia; nosotros, a terminar de amontonar; papá se va al rancho a
fumarse un tabaco
y a tomarse un portao de guarapo.
Calculó que nosotros termináramos de amontonar y nos silvó pa´ irnos. El camión
ya había llegado a cargar, entonces cruzamos el río. La canoa ya estaba cargada
con racimos y nosotros a bordo, se le entraba a ratos el agua. Al otro lado,
mientras papá ayudaba a desmanar racimos y contaba guacales, nosotras tiradas
en la arena veíamos otra vez pasar las nubes blancas despacito… despacito por
el cielo azul…azul. Esperábamos… ¿Qué esperábamos? Pues desacalorarnos pa´ poder juagarnos en las aguas del Ariari, el
sudor y la mancha de un día de plataniada. Había que esperar, no fuera que por
meternos acaloradas nos torciéramos. Ya al rato, nos metimos; mirábamos,
mientras jugábamos, pasar la canoa una y
otra vez, cargada y vacía, de la Isla al barranco del enguacaladero y del barranco
del enguacaladero a la Isla.
Entre la
platanera aparece un moreno sobre un caballo, listo pa´ cruzar el río, ya sin botas,
buso, ni cachucha… en serio parece un centauro, entre aguas turbias y con seño
fruncido; era mi hermano, traía en la mano el timbo del guarapo que nosotras
habíamos por descuido, dejado tirado.
El silbido de
papá suena en el viento que sopla constante y fuerte, entonces… ¡Las que se
visten y suben al barranco!... ahí estaba mamá con los portas del almuerzo y el
tarro de limonada, aterrada de escuchar que nosotras habíamos aguantado el
trote de una plataniada en la Isla.
Escrito por:
ANA MARÍA SANTANA MORENO
amsantana3g@gmail.com
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