Dumar Aljure, en las sabanas de San Antonio. |
Cándido llegó a Puerto Limón, un pequeño caserío de Fuentedeoro con su familia en 1961. Venían de trabajar en una finca por los lados de Candilejas. Doña María, ya traía a cinco de los dieciocho hijos que tendría al lado de Cándido.
Solo se me criaron seis… y de los seis, me quedaron cinco… y de los cinco solo tengo tres -. Me contó doña María Elvira Gutiérrez en su casita de tabla, en Puerto Limón una mañana del mes de agosto del año 2012. Doña María es la viuda de Cándido Rodríguez.
La muerte de Cándido, es uno de los hechos por los cuales se desvirtuó la imagen de Dumar Aljure entre quienes lo conocieron como defensor y protector de los campesinos y comandante de las guerrillas liberales en la región del Ariari.
Pareciera que doña María se complace cuando recuerda y desahoga dolores añejos. Cuenta su historia con dolor, pero en algunos momentos se ilumina su sonrisa y su rostro ajado por sus setenta y tantos años, al traer a su memoria recuerdos de su vida, que creía ya olvidados.
Un señor que nos debía una plática, de una finquita que le habíamos vendido, vino y le trajo a Cándido $2.000. Yo estaba por caer a cama del cuba y me dijo que iba a poner un negocito en la chucua, o sea en la zona de tolerancia. Ese sábado, el 14 de octubre de 1967, me dijo él rajándome la leña: “Solo siento que me queda jovencita…pa´ otro”. Como presintiendo lo que pasaría.
En esos días, según cuentan quienes lo conocieron, Aljure se había vuelto muy tomador y desconfiado. Él mismo destapaba las cervezas. Siempre recostaba su asiento a la pared y no le daba la espalda a nadie. Él sabía que lo querían matar. Ni siquiera los dirigentes del partido liberal que lo apoyaban, podrían detener el ataque que precedió su muerte. Ese día llegó a Puerto Limón con varios amigos y decidió tomarse unas cervezas en la cantina de Cándido.
El día anterior Cándido se mandó peluquiar. Se levantó temprano, se bañó y afeitó. Fue a llevar una sabana que le había pedido una de las muchachas que trabajaban con él en el negocio. Regresó a la casa, echó una siestecita corta, desayunó y se paró para irse.
Ese día antes de irse a trabajar, me abrazó y me besó, como casi nunca hacía. Dijo doña María - Ve, y esa señal que fue? ¿Porque está hoy de lambón? Le preguntó doña María.
No nada, es que como la quiero… le dijo Cándido al salir de su casa.
Tomaron toda la noche, se escuchaba la música y la algarabía. Doña María se acostó como a eso de las nueve. Como a las 5 y media, se levantó.
Canducha ha tenido buena venta – le dijo un vecino que pasó.
¿Si? - Preguntó doña María.
Si, desde anoche como a las 9, llegó el Capitán con un poconón de gente y… todavía están ahí -. Le contó.
Cándido ese día tardó más de lo acostumbrado. Doña María lo esperaba con el chocolate que según su costumbre, remplazaba el tinto y que ella le tenía siempre listo. Un olor a aguardiente invadió el ambiente y al salir doña María de la cocina, vio allí en una silla de la sala, sentado a Cándido. Cándido no se comportaba normalmente, estaba callado y no la miraba.
¿Qué le pasó? – le preguntó doña María.
Le voy a contar a usted sola – dijo Cándido.
Entonces Cándido le relató que por ahí a las 2 de la mañana, el Capitán le pidió la cuenta, eran a esa hora 32 pesos, pero no pagó porque estaba ocupado con unos señores Gálvis de San Martín, que le dieron un cheque por ochenta pesos. Siguieron tomando. Como a las seis de la mañana volvió el Capitán a pedir la cuenta.
Son 60 pesos con 60 centavos -. Le dijo Cándido.
¿Cómo así? -. No sea hijueputa! Y le dio una bofetada.
Cándido muy asustado, pues la fama del Capitán lo precedía, se protegió detrás del mostrador y no pronunció palabra. Entonces Ángel, un muchacho que le colaboraba a Cándido como cantinero, continuó atendiendo al Capitán y Cándido se fue para la casa. Estaba Cándido relatando a doña María lo sucedido, cuando por la parte de atrás de la casa, apareció Ángel quejándose…
Ay… ay… me hirió… el Capitán me hirió.
Doña María vio un camino de gotas de sangre que quedaba detrás. A Ángel lo echaron en un camión cargado de arroz que salía para Fuentedeoro. Enseguida pasó uno de los hombres de Aljure persiguiendo a Ángel y diciendo que si lo cogía lo acababa y lo echaba al río, al Ariari, que ha sido testigo de tantas historias y sucesos.
Váyase, yo me quedo sola. - Le propuso doña María.
No.- Dijo Cándido.
Ahí viene el sargento. – anunció doña María.
Q´ hubo Rodríguez – Saludó el sargento Torres, comandante del puesto de policía de Puerto Limón. – Le manda decir el Capitán, que vaya para pagarle -.
Cándido se levantó para salir. El sargento torres le aseguró que lo acompañarían él y el inspector, para que no hubiera problemas.
Sonaron 4 tiros. Mataron a Cándido.
¿Qué pasó Capitán? Pregunto el sargento Torres.
Que maté a este hijueputa que me quería robar, ¿algún problema? - Respondió Aljure en tono desafiante.
No Capitán, ningún problema.
Era pues evidente el poder que tenía el Capitán Aljure, se hacía lo que él decía, no había más autoridad que la suya. El comandante y el inspector de policía eran solo comodines. Desde la casa vecina, doña María vio a su marido, a su Cándido, caído debajo de una mesa. No hubo gritos, ni alaraca. Tal vez por miedo a la reacción del Capitán. Todos, hasta la policía, lo respetaban y le temían. Dicen que su mirada infundía temor
Fue culpa del sargento Torres – Sentenció doña María ante el mayor del ejército que al otro día llegó con una comisión especial.
El día del entierro, Aljure se paró al otro lado de la plaza del pueblo en actitud desafiante. Nadie le dijo nada. Solo doña María sintió el dolor y el resentimiento propio de una viuda, un dolor grande y pesado, un dolor mudo, un dolor que no podía gritar, un dolor aumentado por la certeza de que se hundiría en la impunidad, en la impunidad del miedo.
Cinco meses después de la muerte de Cándido, llegó un vecino a la casa de doña María y le dijo:
Y si sabe Mona…-
Que paso?...,
Están en el plomeo con el Capitán Aljure.
Doña María sintió entonces, el 4 de abril de 1968 que le quitaban un peso de encima, que su dolor al fin pudo desahogarse, que su duelo podía comenzar.
El 5 de abril de 1968 Fuentedeoro amaneció sin Aljure. Un hombre que sin proponérselo despertó amores y desamores, admiración y resentimientos, respeto y miedo. Sin Dumar Aljure, tal vez Fuentedeoro no sería Fuentedeoro; sin él muchas de las familias fontorenses no habrían tenido futuro y también muchas, como la de doña María, hubieran sentido menos dolor.
Erika Tatiana Acosta Rodríguez.
Giancarlo Velasco preparándose para grabar vídeo. |
El grupo de investigación pasa el puente militar sobre el caño Iracá antes de llegar al Rincón de Bolivar |
Casa ruinas de Dumar Aljure en el Rincón de Bolivar. |
Cruz en cemento de Cándido Rodriguez en el centro poblado de Puerto Limón Fuentedeoro |
Grupo de investigación pasa frente a la casa de Dumar Aljure en Puerto Limón. |
Angie Tatiana Acosta da lectura a su escrito |
En el II Encuentro de la memoria Fuentedeoro 2012, lugar Museo Arqueológico Guayupe de Puerto Santander donde lee su historia local acerca d la s memorias de Dumar Aljure. |
Aquí Angie Tatiana Acosta en eNtrevista hecha por Brújula T.V. |
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