Dibujo para ilustrar la historia Si les contara...dibujo de David Yate Huertas. |
Acomódense camarita,
siéntense por ahí paraditos. Ubíquense
en un pequeño y bonito pueblo, en el departamento más grande de Colombia, con
sus calles amplias, destapadas pero custodiadas por inmensos Samanes en el
separador de sus calzadas empedradas y empolvadas. Calles que en número no
superan las 3: La primera que es la calle de la alcaldía y la policía, hoy
carrera 13; la carrera14 actual, siempre calle principal o del comercio, que es
la que viene de Granada y continua hacia Puerto Lleras, y la siguiente, o sea
la carrera 15 anteriormente llamada “la calle de los tramposos”.
Llamada
popularmente “Ciudad cordial del Ariari”, Fuentedeoro no llegaba a tener aun 50
casas si mal no recuerdo. Vivíamos en el centro sobre la calle principal a
media cuadra abajo del parque, en la única casa de dos pisos que había en el
pueblo, construida en cemento y madera y con un patio solar inmenso lleno de
oportunidades para jugar bajo la sombra de unos mangos que nos surtían de
billetes naturales cada que caían sus hojas.
Pero bueno, a lo
principal del tema, a lo que les quiero
llevar en el recuerdo. Justo una casa de
por medio hacia el parque estaba la casa de la familia Quiroga Torres, donde
por fallecimiento de don Antonio, la autoridad recaía en doña Bertha. La casa, como casi todas las del pueblo, tenía
una fachada lineal amplia, con 6 puertas divididas en dos hojas en tabla que
para asegurar al cerrar había que poner por dentro una tranca de madera o tubo
atravesados. El techo de zinc en caída
frontal a la vista sin canal permitía que en un aguacero el agua cayera
precisamente al final del andén de 1 metro de ancho. Al ingresar al lugar nos
encontrábamos con un local comercial donde
funcionó la heladería y después discoteca La Pampa. Atravesando unos 4 o 5 metros, se llega a un
salón amplio que hacía las veces de
sala-comedor justo al lado derecho de la puerta de acceso a una habitación y a
partir de ésta, hacia adentro, otros cuartos más hasta llegar al baño y el patio que se
extiende hacia la izquierda donde estaba ubicada la cocina.
A pesar de los calores,
propios de la región, para nosotros no guardaba la más mínima importancia este
hecho; lo importante era saber cómo labrar un palo con la figura de una ele para
jugar a los pistoleros, o cómo hacernos a una lata de sardinas para amarrarle
una cabuya y jugar a los carros, igual que machacar tapas de cerveza o gaseosa
para aportarlas al hoyo en la tierra. Esos y otros tantos juegos incluidos el
soldado libertado, las escondidas, la lleva, “al papá y a la mamá”, el futbol
que armaba los equipos paso a paso al “pico y monto” para jugar en la cancha
del hoy parque central, el trompo, y las bolas, que iban a tener un rival que
se disputaría nuestra atención.
Para retomar; de
nuevo en la casa de doña Bertha, había pocos muebles y ninguno en orden, un
piso en cemento esmaltado color gris oscuro con un nivel más alto que el piso
del local de la entrada y cuyo alto relieve nos servía de silla. Esta área iluminada gracias a que no existían
paredes que aislaran el patio solar que contaba con un viejo y moribundo naranjo
y algunas matas de jardín. Las paredes
pintadas en azul celeste con zócalo café se elevaban unos casi 4 metros para soportar una
estructura en madera en troncos cilíndricos de color negro mate que sirven de base
a la cubierta de latas de zinc oxidadas, que cuando llovía no dejaban escuchar
lo que salía amplificado de una caja mágica que adentro y detrás de un vidrio
tenía muchas personas pequeñitas que inicialmente no logramos entender ni
pudimos explicarnos cómo lograron meterlos ahí.
Inquietud algo parecida a lo que pensábamos de las películas de Tarzán y
las mexicanas que sentados en butacas, bancas y taburetes, veíamos en el teatro
Cóndor en pantalla gigante y que rodaban por partes porque ocasionalmente se
quemaba la cinta fílmica que giraba en los carreteles del proyector.
Nada más y nada
menos que el centro de todas las miradas era el primer televisor que había
llegado al pueblo, este primer lugar lo compartía con el del señor Escolástico
que vivía unas cuadras más arriba hacia la salida a Granada. ¡Era un televisor!, si, un televisor de 24
pulgadas en pantalla blanco y negro encajonado en un mueble rectangular
soportado sobre 4 patas que incluía en un solo conjunto compacto a lado y lado
de la pantalla los respectivos bafles de sonido. Entre la pantalla y el bafle de la derecha
tenía un espacio para los comandos de encendido y las ruletas de selección del
canal que al girarlas sonaban: “taque taque taque”. Del televisor en su parte
posterior se conectaba un cable plano de dos filamentos que ascendía por entre
el techo y la pared para terminar en una antena aérea metálica parecida a una
espina de pescado gigante que estaba instalada sobre un tubo amarrado con
alambre al techo el cual había que girar para lograr capturar en el aire la
señal de televisión que provenía de Inravisión en dos canales públicos
sintonizados en los números 5 y 7 si mi memoria no me falla. El mueble donde venía la pantalla y los
bafles era hecho en madera, igual que las cuatro patas con remate metálico al
piso. Sobre el mueble del televisor solían poner, para adornar, unas carpetas
tejidas en hilo y estas eran utilizadas para poner sobre ellas figuritas en
porcelana blanca, un pequeño florero, o un portarretrato.
El espectáculo
de la caja mágica, que para ese entonces traía a las pantallas programación
como El Virginiano, Bonanza, El Llanero Solitario, Hawai 5-0, conocidos como
“enlatados gringos”, Topo Gigio, Centella, y telenovelas venezolanas como
Esmeralda y la mexicana Lucía sombra, una de ellas protagonizada por Lupita
Ferrer, era lo más anhelado y esperado para hacer durante el día. Programación que complementaban programas
colombianos de las programadoras RTI, Punch y Caracol: como la comedia Yo y tú
con Alicia del Carpio y la gorda Saturnina, Concéntrese, El Show de Jimmy, los
inmortales: Sábados Felices y El show de la estrellas.
El mayor
limitante para el aprovechamiento de la televisión era el servicio de energía
eléctrica que para la época de los años 71 y 72 solo llegaba a las casas dos
horas al medio día y cuatro horas a partir de las 6 p.m. Por fortuna en la casa de la señora Bertha
contaban con una planta eléctrica Lister, que dependiendo del programa de
interés era prendida pero en esas oportunidades había que cancelar $1 para ver
televisión y había que sacrificar lo que valía una paleta en agua que solo la
vendían los domingos cuando traían grandes termos de icopor con hielo seco en
la esquina de la casa de don Ignacio Rojas, que quedaba en el marco del parque.
La familia y los
vecinos nos disputábamos el mejor lugar para poder disfrutar lo maravilloso que
venía de la pantalla. En los muebles, en el piso, no importaba como pero lo
primordial era poder apreciar lo emitido por la televisión nacional. A medida
que llegaba un nuevo televidente la pregunta era: ¿Qué están dando?
Refiriéndose a que estaban presentando en ese momento. Todo esto, claro, dependía del estado de ánimo
de la anfitriona que en algunas ocasiones, cuando hacíamos mucha bulla por
tratar de ser los primeros en gritar que propaganda salía al aire, sencillamente
se paraba y apagaba el aparato para que los “chinos” nos fuéramos y al
privarnos de las películas o las novelas la opción más inmediata era salir
hacia el parque a jugar balón, o arrancar sin camisa a pata limpia o en cotizas
para caño Cural o el Guadualito llevando en los bolsillos una cauchera usada en
la malsana costumbre de tirarle a los pajaritos.
Con el tiempo, 1
o 2 años más tarde, ya mi abuelo Luis
Antonio Castro a quien conocían como “Luis Bigotes” había adquirido un televisor de características similares pero
que recuerdo ya era de sistema transistorizado y no de tubos (sin que pueda
explicarles lo que esto consiste, pero que fueron argumentos de más modernismo
dados por el vendedor) que al conectarse y darle encendido se demoraba casi
medio minuto en dar imagen en blanco y negro con sonido monofónico y que al
apagarse automáticamente volvía el negro de la pantalla pero durante unos
segundos dejaba en el centro un puntico de luz blanca hasta desaparecer
lentamente.
Para esa época
los televisores eran manuales y nos cogían a nosotros como los controles
remotos, - “mijo; cambie el canal” - decían, y creo que era para lo único que éramos
felices haciendo caso y nos peleábamos por hacerlo. Nos disputábamos también el
encendido y apagado respectivos.
En una ocasión en
la casa de mis abuelitos, en un momento cuando no había energía eléctrica dado
que eran como las 10 de la mañana, en medio de un aguacero cayo un rayo y vimos
fascinados que como por arte de magia se encendió la pantalla del televisor por
un segundo pero con la tan lamentable noticia de que el rayo lo había quemado y
la única solución era comprar uno nuevo.
Se nos volvió
costumbre ver la televisión. Se
convirtió en una ceremonia familiar y de amigos. Sobre todo en las noches que el protocolo
obligaba al maíz pira o ir a la panadería de los Chaparro, que quedaba diagonal
a la casa, a comprar cañas o lenguas para comer con gaseosa. Los fines de semana que las luz la ponían con
una hora adicional en la noche, eran sagrados los helados caseros de leche y
extracto de vainilla preparados por mi abuelita Luidina. Como nos servían varios cubos pequeñitos de
helado en un vaso o un pocillo, nosotros a veces los derretíamos en una mezcla
deliciosa con Coca Cola o Pony Malta.
Ese primer
televisor de doña Bertha y el primero de mis “agüelitos”, aparatos que estaban
lejos de ser plasma, LCD, LED, y mucho menos inteligentes como los de ahora, no
tienen punto de comparación; pero están más cerca de nuestros corazones: el mío
y el de familiares y amigos, por lo que significaron en nuestros comienzos de
aventuras cuando nuestra única preocupación era saber si, en el capítulo
siguiente de la serie de turno, agarraban al malo de la película.
Y como decían en
la televisión: “nos vemos mañana a la misma hora y por el mismo canal.”
Juan Carlos Rojas Castro, canta en el III Encuentro de la Memoria Fuentedeoro Dic, 5 de 2013 |
Juan Carlos, compositor de corr+ios llaneros. |
Juan Carlos en compañía de Oscar Ortiz Abaunza a las afueras dek Nuseo Arqueológico Guayupe de Oro. |
Socializando sus composiciones. |
La bella Bere, progenitora de Juab Carlos Rojas Castro. |
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