LA CEIBA, EN LA LUNA UN ICONO PARA FUENTEDEORO Y EL ARIARI.

LA CEIBA, EN LA LUNA UN ICONO PARA FUENTEDEORO Y EL ARIARI.
FOTO TOMADA POR JAIRO PARRADO.........

viernes, 15 de mayo de 2015

¡Si les contara…! Por: Juan Carlos Rojas Castro Juan Carlos Llanero para el libro 54 Años de historia y memoria de Fuentedeoro

Dibujo para ilustrar la historia Si les contara...dibujo de David Yate Huertas.
Acomódense camarita, siéntense por ahí paraditos.  Ubíquense en un pequeño y bonito pueblo, en el departamento más grande de Colombia, con sus calles amplias, destapadas pero custodiadas por inmensos Samanes en el separador de sus calzadas empedradas y empolvadas. Calles que en número no superan las 3: La primera que es la calle de la alcaldía y la policía, hoy carrera 13; la carrera14 actual, siempre calle principal o del comercio, que es la que viene de Granada y continua hacia Puerto Lleras, y la siguiente, o sea la carrera 15 anteriormente llamada “la calle de los tramposos”.
Llamada popularmente “Ciudad cordial del Ariari”, Fuentedeoro no llegaba a tener aun 50 casas si mal no recuerdo. Vivíamos en el centro sobre la calle principal a media cuadra abajo del parque, en la única casa de dos pisos que había en el pueblo, construida en cemento y madera y con un patio solar inmenso lleno de oportunidades para jugar bajo la sombra de unos mangos que nos surtían de billetes naturales cada que caían sus hojas.
Pero bueno, a lo principal del tema,  a lo que les quiero llevar en el recuerdo.  Justo una casa de por medio hacia el parque estaba la casa de la familia Quiroga Torres, donde por fallecimiento de don Antonio, la autoridad recaía en doña Bertha.  La casa, como casi todas las del pueblo, tenía una fachada lineal amplia, con 6 puertas divididas en dos hojas en tabla que para asegurar al cerrar había que poner por dentro una tranca de madera o tubo atravesados.  El techo de zinc en caída frontal a la vista sin canal permitía que en un aguacero el agua cayera precisamente al final del andén de 1 metro de ancho. Al ingresar al lugar nos encontrábamos con un local comercial donde  funcionó la heladería y después discoteca La Pampa.  Atravesando unos 4 o 5 metros, se llega a un salón amplio que hacía las veces  de sala-comedor justo al lado derecho de la puerta de acceso a una habitación y a partir de ésta, hacia adentro, otros cuartos más  hasta llegar al baño y el patio que se extiende hacia la izquierda donde estaba ubicada la cocina.
A pesar de los calores, propios de la región, para nosotros no guardaba la más mínima importancia este hecho; lo importante era saber cómo labrar un palo con la figura de una ele para jugar a los pistoleros, o cómo hacernos a una lata de sardinas para amarrarle una cabuya y jugar a los carros, igual que machacar tapas de cerveza o gaseosa para aportarlas al hoyo en la tierra. Esos y otros tantos juegos incluidos el soldado libertado, las escondidas, la lleva, “al papá y a la mamá”, el futbol que armaba los equipos paso a paso al “pico y monto” para jugar en la cancha del hoy parque central, el trompo, y las bolas, que iban a tener un rival que se disputaría nuestra atención. 
Para retomar; de nuevo en la casa de doña Bertha, había pocos muebles y ninguno en orden, un piso en cemento esmaltado color gris oscuro con un nivel más alto que el piso del local de la entrada y cuyo alto relieve nos servía de silla.  Esta área iluminada gracias a que no existían paredes que aislaran el patio solar que contaba con un viejo y moribundo naranjo y algunas matas de jardín.  Las paredes pintadas en azul celeste con zócalo café se elevaban unos casi 4 metros para soportar una estructura en madera en troncos cilíndricos de color negro mate que sirven de base a la cubierta de latas de zinc oxidadas, que cuando llovía no dejaban escuchar lo que salía amplificado de una caja mágica que adentro y detrás de un vidrio tenía muchas personas pequeñitas que inicialmente no logramos entender ni pudimos explicarnos cómo lograron meterlos ahí.  Inquietud algo parecida a lo que pensábamos de las películas de Tarzán y las mexicanas que sentados en butacas, bancas y taburetes, veíamos en el teatro Cóndor en pantalla gigante y que rodaban por partes porque ocasionalmente se quemaba la cinta fílmica que giraba en los carreteles del proyector.
Nada más y nada menos que el centro de todas las miradas era el primer televisor que había llegado al pueblo, este primer lugar lo compartía con el del señor Escolástico que vivía unas cuadras más arriba hacia la salida a Granada.  ¡Era un televisor!, si, un televisor de 24 pulgadas en pantalla blanco y negro encajonado en un mueble rectangular soportado sobre 4 patas que incluía en un solo conjunto compacto a lado y lado de la pantalla los respectivos bafles de sonido.  Entre la pantalla y el bafle de la derecha tenía un espacio para los comandos de encendido y las ruletas de selección del canal que al girarlas sonaban: “taque taque taque”. Del televisor en su parte posterior se conectaba un cable plano de dos filamentos que ascendía por entre el techo y la pared para terminar en una antena aérea metálica parecida a una espina de pescado gigante que estaba instalada sobre un tubo amarrado con alambre al techo el cual había que girar para lograr capturar en el aire la señal de televisión que provenía de Inravisión en dos canales públicos sintonizados en los números 5 y 7 si mi memoria no me falla.  El mueble donde venía la pantalla y los bafles era hecho en madera, igual que las cuatro patas con remate metálico al piso. Sobre el mueble del televisor solían poner, para adornar, unas carpetas tejidas en hilo y estas eran utilizadas para poner sobre ellas figuritas en porcelana blanca, un pequeño florero, o un portarretrato.
El espectáculo de la caja mágica, que para ese entonces traía a las pantallas programación como El Virginiano, Bonanza, El Llanero Solitario, Hawai 5-0, conocidos como “enlatados gringos”, Topo Gigio, Centella, y telenovelas venezolanas como Esmeralda y la mexicana Lucía sombra, una de ellas protagonizada por Lupita Ferrer, era lo más anhelado y esperado para hacer durante el día.  Programación que complementaban programas colombianos de las programadoras RTI, Punch y Caracol: como la comedia Yo y tú con Alicia del Carpio y la gorda Saturnina, Concéntrese, El Show de Jimmy, los inmortales: Sábados Felices y El show de la estrellas.
El mayor limitante para el aprovechamiento de la televisión era el servicio de energía eléctrica que para la época de los años 71 y 72 solo llegaba a las casas dos horas al medio día y cuatro horas a partir de las 6 p.m.  Por fortuna en la casa de la señora Bertha contaban con una planta eléctrica Lister, que dependiendo del programa de interés era prendida pero en esas oportunidades había que cancelar $1 para ver televisión y había que sacrificar lo que valía una paleta en agua que solo la vendían los domingos cuando traían grandes termos de icopor con hielo seco en la esquina de la casa de don Ignacio Rojas, que quedaba en el marco del parque.
La familia y los vecinos nos disputábamos el mejor lugar para poder disfrutar lo maravilloso que venía de la pantalla. En los muebles, en el piso, no importaba como pero lo primordial era poder apreciar lo emitido por la televisión nacional. A medida que llegaba un nuevo televidente la pregunta era: ¿Qué están dando? Refiriéndose a que estaban presentando en ese momento.  Todo esto, claro, dependía del estado de ánimo de la anfitriona que en algunas ocasiones, cuando hacíamos mucha bulla por tratar de ser los primeros en gritar que propaganda salía al aire, sencillamente se paraba y apagaba el aparato para que los “chinos” nos fuéramos y al privarnos de las películas o las novelas la opción más inmediata era salir hacia el parque a jugar balón, o arrancar sin camisa a pata limpia o en cotizas para caño Cural o el Guadualito llevando en los bolsillos una cauchera usada en la malsana costumbre de tirarle a los pajaritos.
Con el tiempo, 1 o 2 años más tarde,  ya mi abuelo Luis Antonio Castro a quien conocían como “Luis Bigotes”  había adquirido  un televisor de características similares pero que recuerdo ya era de sistema transistorizado y no de tubos (sin que pueda explicarles lo que esto consiste, pero que fueron argumentos de más modernismo dados por el vendedor) que al conectarse y darle encendido se demoraba casi medio minuto en dar imagen en blanco y negro con sonido monofónico y que al apagarse automáticamente volvía el negro de la pantalla pero durante unos segundos dejaba en el centro un puntico de luz blanca hasta desaparecer lentamente.
Para esa época los televisores eran manuales y nos cogían a nosotros como los controles remotos, - “mijo; cambie el canal” - decían, y creo que era para lo único que éramos felices haciendo caso y nos peleábamos por hacerlo. Nos disputábamos también el encendido y apagado respectivos.
En una ocasión en la casa de mis abuelitos, en un momento cuando no había energía eléctrica dado que eran como las 10 de la mañana, en medio de un aguacero cayo un rayo y vimos fascinados que como por arte de magia se encendió la pantalla del televisor por un segundo pero con la tan lamentable noticia de que el rayo lo había quemado y la única solución era comprar uno nuevo.
Se nos volvió costumbre ver la televisión.  Se convirtió en una ceremonia familiar y de amigos.  Sobre todo en las noches que el protocolo obligaba al maíz pira o ir a la panadería de los Chaparro, que quedaba diagonal a la casa, a comprar cañas o lenguas para comer con gaseosa.  Los fines de semana que las luz la ponían con una hora adicional en la noche, eran sagrados los helados caseros de leche y extracto de vainilla preparados por mi abuelita Luidina.  Como nos servían varios cubos pequeñitos de helado en un vaso o un pocillo, nosotros a veces los derretíamos en una mezcla deliciosa con Coca Cola o Pony Malta.
Ese primer televisor de doña Bertha y el primero de mis “agüelitos”, aparatos que estaban lejos de ser plasma, LCD, LED, y mucho menos inteligentes como los de ahora, no tienen punto de comparación; pero están más cerca de nuestros corazones: el mío y el de familiares y amigos, por lo que significaron en nuestros comienzos de aventuras cuando nuestra única preocupación era saber si, en el capítulo siguiente de la serie de turno, agarraban al malo de la película.

Y como decían en la televisión: “nos vemos mañana a la misma hora y por el mismo canal.”
Juan Carlos Rojas Castro, canta en el III Encuentro de la Memoria Fuentedeoro Dic, 5 de 2013

Juan Carlos, compositor de corr+ios llaneros.

Juan Carlos en compañía de Oscar Ortiz Abaunza a las afueras dek Nuseo Arqueológico Guayupe de Oro.

Socializando sus composiciones.

La bella Bere, progenitora de Juab Carlos Rojas Castro.

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